“El dictador” nos cuenta la historia de un dictador que hace todo lo
posible para que la democracia no llegue a su país. Sacha Baron Cohen se
mete ahora en la autocrática piel del almirante general Haffaz Aladeen.
Rico en petróleo y bastante aislado, el estado norteafricano de Wadiya
lleva siendo gobernado por el vehementemente antioccidental Aladeen
desde que éste tenía seis años, cuando fue nombrado líder supremo tras
la desafortunada muerte de su padre, muerto por desgracia en un
accidente de caza, alcanzado por 97 balas y una granada de mano. Desde
que accedió al poder absoluto, el consejero de más confianza de Aladeen
es su tío Tamir (Ben Kingsley), quien ejerce de jefe de la policía
secreta, jefe de seguridad y proveedor de mujeres. Por desgracia para
Aladeen y sus consejeros, el muy vilipendiado Occidente ha comenzado a
meter las narices en los asuntos de Wadiya, y las Naciones Unidas han
sancionado repetidas veces al país en la última década, pero el dictador
no va a consentir que un inspector del Consejo de Seguridad entre en
sus instalaciones secretas de armamento (¿es que acaso no saben lo que
quiere decir “secreto”?). Pero después de que un intento de asesinarle
le cueste la vida a otro de los acólitos del líder supremo, Tamir
convence a Aladeen de que vaya a Nueva York a solucionar la cuestión de
las Naciones Unidas. Y así, el general Aladeen, Tamir y su séquito
llegan a Nueva York, donde no son muy bien recibidos, pues la ciudad
está repleta de exiliados de Wadiya cuyo mayor deseo es ver a su país
libre del despótico régimen de Aladeen. Pero en la tierra de la
libertad, a Aladeen le esperan muchas más cosas que unos cuantos
expatriados furiosos y algunas sanciones indeseadas (¡e
injustificadas!).
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